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9 abr 2012

[Con respecto a lo ocurrido en la UPTC, se pone en el ambiente la discusion sobre el papel de la violencia, inivitamos a la gente a leer y si esta de acuerdo, difundir esta nota, que hace parte de lahaine.org]

"esta imagen representa lo que la policia le hace a nuestra juventud, que quiere y anhela una sociedad distinta"

El entorno educativo se ha llenado de todo un discurso y una pedagogía dirigida a inculcar la conducta no violenta en los alumnos. Una pedagogía que aboga por una resolución pacífica y dialogada de los conflictos. Esto suena de maravilla y de hecho es muy positivo en muchos casos, sin embargo el descartar la violencia y verla como un camino siempre desacertado tiene un trasfondo mucho más complejo que va más allá de las simples relaciones personales y que merece la pena analizar. Es curioso ver como toda manifestación de violencia por parte de algún colectivo de personas, trabajadores, estudiantes, etc., es siempre condenada sin dilación por muy injusto que sea el motivo de esa rabia que la produce: despidos, explotación, recortes presupuestarios y demás elementos que provocan su consecuente disminución de la calidad de vida por no hablar en muchos casos de desastre económico o ruina. Este hecho es como digo, curioso y susceptible de reflexión de por sí, pero aún lo es más cuando lo comparamos con las manifestaciones violentas que se producen desde el estado y sus instituciones.

Cuando hablamos de intervenciones policiales, represión de manifestaciones, intervenciones militares, etc., el hecho se carga inconscientemente de una increíble legitimidad, que crea una condena mucho más débil, por no decir inexistente, y que hace referencia a una actitud respecto a unas fuentes de violencia diferentes y no a hechos concretos justificados o no. Por lo tanto el continuo bombardeo desde las escuelas para inculcar el rechazo a la violencia se hace con un doble sentido, porque ese rechazo no es igual para cada caso y depende de quien la ejerza. Recordemos que los educadores en muchas ocasiones justificamos la acción violenta por parte de las fuerzas represivas del estado para acabar con los “ladrones malos” o la gente que no sigue la ley y mandamos el mensaje de la necesidad de que exista un cuerpo con legitimidad para ejercer la violencia y guardar el orden, sin ni siquiera hacer cuestionar los cimientos de ese orden y sus injusticias. Este tipo de educación, no crítica y fomentadora de reflexiones y discrepancias va poniendo esas bases para que en un futuro también legitimen ese tipo de acciones de los estados y que con el peso de la misma sociedad, medios de comunicación, etc. reproducirán esa manera de pensar.

Deberíamos de recordar para intentar completar esta reflexión, que el mensaje: “la violencia nunca llega a ninguna parte”, tan oído hasta la saciedad, es uno de los mayores aliados del nuevo orden económico mundial, el cual a su vez cuenta con ese tipo de violencia legitimada a la que no duda recurrir en caso de encontrarse con obstáculos, -baste recordar las dictaduras de los 70´s guiadas por los EEUU para instaurar su modelo económico-. El por qué pues, de que esa afirmación o rechazo de la población de la violencia sea un gran aliado de este nuevo orden económico, lo encontramos en el hecho de que esa violencia, por mucho que nos piten los oídos al escucharlo, ha sido siempre uno de los mayores motores de la historia en cuanto a herramienta de los desfavorecidos para reclamar presionando a los poderosos y explotadores. Herramienta que ha provocado revoluciones en todo el mundo y a lo largo de toda la historia y que hoy por hoy es una de las pocas, por no decir casi la única, que es capaz de poner en jaque a estados enteros: Bolivia, Colombia, Corea del sur, Palestina, Chechenia, etc. Con lo cual habrá que cuestionarse el porqué de esa obsesión por parte de los poderosos de inculcar la no-violencia y nuestro papel cómplice de estos a la hora de educar, aprobar o condenar.

Para terminar he de dejar claro que mi intención es la de conseguir una visión sobre la violencia que se base, no en verdades absolutas y rechazos ciegos, sino en razonamientos y valoraciones de las fuentes de esas expresiones y las estimaciones de sus consecuencias, además de una legitimidad basada en la justicia social y no en las leyes de mercado.

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